Fue Richard Parker quien me
tranquilizó. La ironía de esta historia es que precisamente el que me daba
pavor al principio fue el mismo que me proporcionó paz, determinación e,
incluso osaría a decir, integridad.
(…)
Lo miré maravillado y temeroso. Al
darme cuenta de que no existía ningún peligro inminente, volví a respirar con
normalidad, mi corazón dejpo de zarandearse en el pecho y empecé a entrar en
razón.
Tenía que domarlo. En aquel instante
comprendí que era una necesidad. No era cuestión de él o yo, sino de él y yo. Los
dos estábamos literal y figuradamente en el mismo barco. Sobreviviríamos o moriríamos
juntos. Posiblemente Richard Parker muriera en un accidente o por causas
naturales, pero no valía la pena contar con semejante eventualidad. (…)
Pero aquí no se acaban los motivos.
Lo confieso. Te contaré un secreto: una parte de mí se alegró de la presencia
de Richard Parker. Una parte de mí no quería que muriera Richard Parker, porque
si se moría, me quedaría sólo con mi desespero, un enemigo aún más imponente
que un tigre. Si seguía con ansias de vivir, fue gracias a Richard Parker. Me
impidió que pensara demasiado en mi familia y en mis circunstancias trágicas. Me
obligó a seguir viviendo. Lo odié por ello pero a la vez se lo agradecí. Se lo
agradezco. Es la pura verdad: sin Richard Parker hoy no estaría vivo para
contarte mi historia.
Vida de Pi, de Yann Martel.
