Cuando te vas de tu casa, lo último que se te ocurre es pensar quién va a cuidar a tu mascota. Tenes la mudanza y el cúmulo de emociones que te asaltan: pasas de la alegría por estar, al fin sola, a la tristeza de una casa vacía y sin comida. Pero es justo recién ahí, en la primera noche sola, mientras te lamentas y, al mismo tiempo, saltas de la alegría, cuando te acordas de tu querida/o Puppu, Sachi, Odra, Bono, Batata, Bubba, Miau o como lo o la hayas llamado. De pronto, te vienen a la cabeza, todos los momentos felices que pasaste con ella: en el jardín, las siestas en el living y los juegos con la pelota que te traía toda babeada. Te olvidas de cuánto te hacía renegar, de sus excrementos y de lo que significa hacerse cargo de un animal y ves tu vida con ella color de rosa. ¿Quién se va a hacer cargo de tu mascota ahora que no estás? Llamás inmediatamente a mamá.
Mamá piensa que la llamas desesperadamente por que la extrañas a ella pero no, vos solo le preguntas quién va a cuidar a tu mascota. Después de una pausa, te dice que ella se hará cargo de todo lo que el animal necesite, como hizo siempre. Pero, inmediatamente, dice: También te la podés llevar, si querés. No esperabas esa respuesta y te quedas muda. “No, no podés hacerte cargo de tu mascota en tu departamento de 1 ambiente en el que apenas entras vos”.
Te sentís Cruela Devil pero sos realista. Así que hechas mano del reglamento que podría haber sido redactado por Jim Carrey en Ace Ventura y evitas acceder a los deseos de tu madre protectora de animales:
1- Traerla a tu casa y aceptar que la perra se adueñara de todo el espacio mientras vos quedas confinada a un rincón.
2- Contratar a un paseador de perros para que se encargue de sus cuidados mínimos y que tenga la suficiente paciencia y habilidad para tratar con tus padres y sus exageraciones respecto al cuidado de la mascota.
3- Dejar todo cómo está y confiarle a todos los santos el futuro de tu perra y que la salven de la garra de tus padres.
Elegís la opción número 3 pero te ponés como un perro guardián de tu mascota. Por lo que, al día siguiente y al otro, y al otro, llamas a la casa de tus padres y preguntas como va todo, como está Puppu y ellos te dicen siempre lo mismo: está bien y bien alimentada. Pero vos no escuchas sus ladridos y te resulta muy extraña esa respuesta. Antes, tus padres se quejaban segundo a segundo de tu mascota y de los líos que hacía, de sus necesidades y sus ladridos y, ahora te dicen que ¿todo va bien? Díficil de creer. Te preguntas si no sería necesario pasarle alimentos, llevarle una casita nueva, golosinas o llevarla a una pensión para perros. Te preguntas una y otra vez qué pasa con tus padres y haces todo tipo de teorías psicoanalíticas sobre su cambio de comportamiento y crees, en el fondo crees, que te extrañan tanto que se aferraron a tu mascota para superar el trauma. Hasta pensas que, quizás, te han suplantado con Puppu y eso te da un poco de celos.
Al mes, decidís poner el cuerpo e ir a visitarlos de sorpresa. Pero abrís la puerta y ellos te saludan de forma extraña. Simulan alegrarse aunque guardan cierta incomodidad. Vas al jardín a buscar a tu Puppu y no la encontras por ningún lado, la llamas, pensas que ya no te conoce, te vas entristeciendo poco a poco. Los miras y ellos no dicen nada pero Puppu no aparece. Seguro la regalaron o se les escapó pero no te ánimas a preguntarles. Después de todo, todos los perros van al cielo y son felices.
Puppu sigue sin aparecer. Te desesperas. Transpiras, tus ojos empiezan a llenarse de lágrimas. Ya no soportas la tensión y estás a punto de gritar. De repente, tu mamá se asoma y te pone la mano al hombro. A Puppu, definitivamente, le paso algo. Te ponés pálida y te sentís la peor madre del mundo, reconoces que nunca vas a poder tener hijos. Abandonaste a tu mascota y la mataste. Ya no hay nada que hacer, querés su cuerpo.
De repente, y respondiendo a la voz de tu mamá, Puppu viene corriendo con el pelo al viento desde el fondo del jardín y vos sonreís más que nunca. Te lame los cachetes mientras la abrazas. Estás feliz, tu vida puede seguir. El corazón te late bien fuerte y ahora sentís culpa por todas las cosas malas que pensaste de ellos, tus padres, los que te criaron durante 20 y pico de año. Te sentís la peor hija del mundo por haber hablado mal de ellos, te averguenza ser así y lo lamentas pero no decís nada. Le das un beso grande a tu mamá, le agradeces que se haya hecho cargo de Puppu y te das cuenta, en ese mismo instante que, estar sola es genial pero, Puppu era solo una excusa. En realidad, los extrañabas a ellos.
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