Comunicando

Comunicando
by Quentin Blake
"Cualquier buen escritor, o simplemente un buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especifidad", Raymond Carver

Fragmento de "Una hermosa niña" de Truman Capote



Truman la eiligió para interpretar a Holly Holightly pero los Estudios Paramount contrataron a Audrey Hepburn. Más allá de la película, cultivaron una gran amistad hasta que ella murió. Él, dueño de una excelente memoria la retrato en varios de sus relatos. En esos diálogos, en esas pequeñas escenas se refleja el ingenio de cada uno, la baja autoestima, el vivir el presente y la soledad pero también el amor que se tenían y el significado de la muerte.
Cuando fallece Miss Constance Collier, los dos salen del funeral y se van por unas copas de champagne pero el encuentro termina con los dos excéntricos amigos caminando por un muelle.

Como un plus, antes de seguir con "Una hermosa niña", les dejó una conversación entre los dos sobre las puertas giratorias del Hotel Waldorf Astoria, el favorito de Marilyn.

TC: Es el símbolo perfecto de la vida. Creemos que vamos, pero venimos. Vamos hacia atrás, no sabemos si entramos o salimos.

MM: Tal vez lo sea para ti. Pero para mí, las puertas giratorias son el símbolo del amor. Cada uno está solo ente dos puertas de cristal. Nos perseguimos y no nos alcanzamos jamás. Estamos lejos de nosotros mismos e imaginamos estar pegados junto al otro. Nadie sabe quién va delante y quién detrás. Como los niños, nos preguntamos quién empezó a amar, a dejar de amar.



Una hermosa niña


(Así seguimos hasta la calle South; ya allí, el ferry anclado, la vista de Brooklyn del otro lado, las gaviotas que revoloteaban y se divertían, blancas contra el horizonte marino y el cielo veteado de vellones de nubes, diminutas y frágiles como encaje, pronto tranquilizaron su espíritu. Al bajar del taxi vimos a un hombre que llevaba a un perro chino de una correa. Era un pasajero que se dirigía al ferry. Al pasar junto a él, mi compañera se detuvo a acariciar el perro.)


EL HOMBRE (firme y poco amistosamente): No debería tocar perros desconocidos. Especialmente a éstos. Podrían morderla.

M: Los perros nunca me muerden. Sólo los humanos. ¿Cómo se llama?

EL HOMBRE: Fu Manchu.

M (riendo): Oh, como en el cine. Qué amor.

EL HOMBRE: Usted, ¿cómo se llama?

M: ¿Yo? Marilyn.

EL HOMBRE: Eso pensé. Mi mujer no me creería. ¿Me puede dar su autógrafo?
(Sacó una tarjeta y una lapicera. Utilizando su cartera como apoyo, ella escribió: Que Dios lo bendiga – Marilyn Monroe).

M: Gracias.

EL HOMBRE: Gracias a usted. Voy a mostrar esto en la oficina.

(Seguimos hasta el borde del muelle, donde nos pusimos a escuchar el ruido del agua.)

M: Yo solía pedir autógrafos. Todavía lo hago, a veces. El año pasado vi a Clark Gable sentado cerca de mí en Chasen, y le pedí que me firmara la servilleta.
(Apoyada contra un poste de amarras, la observé, de perfil: Galatea oteando las distancias no conquistadas. La brisa le esponjaba el pelo. Volvió la cabeza hacia mí con gracia etérea, como si la hiciera girar la brisa.)

TC: ¿Cuándo alimentamos los pájaros? Yo también tengo hambre. Es tarde, y no almorzamos.

M: Recuerda, te dije que si alguna vez te preguntaran cómo era yo, cómo era, en realidad, Marilyn Monroe, ¿cómo contestarías esa pregunta? (Su tono era juguetón, burlón, sin embargo sincero al mismo tiempo: quería una respuesta honesta): Apuesto a que dirías que era una palurda.

TC: Por supuesto, pero también les diría…

(Ya se iba la luz. Ella parecía desvanecerse con la claridad, mezclarse con el cielo y las nubes, retroceder y ocultarse detrás. Yo quería alzar la voz por encima de los gritos de las gaviotas y preguntarle: “Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo que salir así? ¿Por qué es una mierda esta vida?”)

TC: Yo diría…

M: No te oigo.

TC: Diría que eres una hermosa niña.
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Al Lector

(Retrato de Baudelaire por Gustave Courbet)

En el comienzo de Las Flores del Mal, Charles Baudelaire, el poeta maldito que fue parte de la bohemia francesa escribió:

La necedad, el error, el pecado, la tacañería,Ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos,Y alimentamos nuestros amables remordimientos,Como los mendigos nutren su miseria.

Nuestros pecados son testarudos, nuestros arrepentimientos cobardes;
Nos hacemos pagar largamente nuestras confesiones,Y entramos alegremente en el camino cenagoso,Creyendo con viles lágrimas lavar todas nuestras manchas.

Sobre la almohada del mal está Satán TrismegistoQue mece largamente nuestro espíritu encantado,Y el rico metal de nuestra voluntadEstá todo vaporizado por este sabio químico.

¡Es el Diablo quien empuña los hilos que nos mueven!A los objetos repugnantes les encontramos atractivos;Cada día hacia el Infierno descendemos un paso,Sin horror, a través de las tinieblas que hieden.

Cual un libertino pobre que besa y muerdeel seno martirizado de una vieja ramera,Robamos, al pasar, un placer clandestinoQue exprimimos bien fuerte cual vieja naranja.

Oprimido, hormigueante, como un millón de helmintos,En nuestros cerebros bulle un pueblo de Demonios,Y, cuando respiramos, la Muerte a los pulmonesDesciende, río invisible, con sordas quejas.

Si la violación, el veneno, el puñal, el incendio,Todavía no han bordado con sus placenteros diseñosEl canevás banal de nuestros tristes destinos,Es porque nuestra alma, ¡ah! no es bastante osada.

Pero, entre los chacales, las panteras, los podencos,Los simios, los escorpiones, los gavilanes, las sierpes,Los monstruos chillones, aullantes, gruñones, rampantesEn la jaula infame de nuestros vicios,

¡Hay uno más feo, más malo, más inmundo!
Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos,
Haría complacido de la tierra un despojo
Y en un bostezo tragaríase el mundo:

¡Es el Tedio! — los ojos preñados de involuntario llanto,Sueña con patíbulos mientras fuma su pipa,Tú conoces, lector, este monstruo delicado,—Hipócrita lector, —mi semejante, —¡mi hermano!

1855.

The great Philip Roth en El animal moribundo

" El lago helado en un circo de montañas, del que Zuckerman se alejaba con visible inquietud y temor ante una visión tan pura y apacible como aquélla: un hombre solitario sentado en un cubo, pescando a través de 45 centímetros de hielo en un lago que constantemente renovaba su agua en lo alto de una arcádica montaña de América. (...) Debo decirte que yo no creo en la muerte y no experimento el tiempo como algo limitado. Sé que puedo vivir tres horas o 30 años, pero esto ya no es una presión sobre mí. Creo que por fin terminaron las interrupciones porque el tiempo está de mi lado. "

Here we go again y una una liaison pornographique by the great PS

Patricia Suárez vuelve a demostrar que es una escritora de los más versátil y que en la poesía también se destaca. Sus cuentos son geniales, sus novelas una obra de arte, sus poemas, bellísimmos. Los poemas llegan a hacer un nudo en la garganta. En pocos versos, las palabras transmiten el amor, el deseo, la inseguridad ylogran que el lector sienta, se emocione. Dos obras de arte para disfrutar. Muy buen fin de semana!!

Aquí vamos de nuevo, dice la canción,
es ray charles quien lo dice; soy yo. El
teléfono vuelve a sonar, estás en la ciudad.
Voy a hacer el tonto otra vez, dice él,
te lo digo yo, que voy a tratar una vez más.
Vas a romperme el corazón como antes?,
me pregunto, te lo pregunto: a dúo los cantantes
dicen seguro vas a hacerlo, ella jugará igual
su parte y él también; yo haré lo mismo, vos
no tendrás otro remedio: acá vamos de nuevo,
los dos; podría pronunciar tu nombre y hacerlo
encajar en la rima, en el verso, como encaja
en el blanco que es mi cuerpo, podría,
pero esquivo tu flecha, tu aleluya; no debo.


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una liaison pornographique, le digo a ella,
que vos y yo tenemos. ella, tal vez se emociona,
pone los ojos en blanco cuando le cuento
detalles, el tiempo que tardaste en desatarte
los cordones, la cicatriz de tu vientre
casi me echo a llorar al verla otra vez,
la música: el cantante que decía frutillas,
frutillas que se mecen y hay gente moviéndose
todo el tiempo en línea recta, ¿no querrías torcer
el camino?, ¿no podríamos torcer el camino?,
no llegué a tender las sábanas nuevas,
otra promesa incumplida, galvánica;
en esta liaison rompimos las anteriores
de un tirón, sin saber que nos lamentaríamos
después, la pornografía de nuestros celos,
los demonios que a veces hacen el amor
mejor que como lo hacemos nosotros. ella
trata de poner un nombre a esto que pasa,
barajar unas palabras, yo me recuesto
hacia atrás, cierro los ojos en el diván
y aunque lo evito, te pienso.

Escribir un cuento Raymond Carver



De un gran maestro....


"Creemos adivinar los sentimientos del otro, no podemos, por supuesto, nunca podremos. No tiene importancia. En realidad es la ternura la que me interesa. Ése es el don que me conmueve, que me sostiene, esta mañana, igual que todas las mañanas."


Allá por la mitad de los sesenta empecé a notar los muchos problemas de concentración que me asaltaban ante las obras narrativas voluminosas. Durante un tiempo experimenté idéntica dificultad para leer tales obras como para escribirlas. Mi atención se despistaba; y decidí que no me hallaba en disposición de acometer la redacción de una novela. De todas formas, se trata de una historia angustiosa y hablar de ello puede resultar muy tedioso. Aunque no sea menos cierto que tuvo mucho que ver, todo esto, con mi dedicación a la poesía y a la narración corta. Verlo y soltarlo, sin pena alguna. Avanzar. Por ello perdí toda ambición, toda gran ambición, cuando andaba por los veintitantos años. Y creo que fue buena cosa que así me ocurriera. La ambición y la buena suerte son algo magnífico para un escritor que desea hacerse como tal. Porque una ambición desmedida, acompañada del infortunio, puede matarlo. Hay que tener talento.



Son muchos los escritores que poseen un buen montón de talento; no conozco a escritor alguno que no lo tenga. Pero la única manera posible de contemplar las cosas, la única contemplación exacta, la única forma de expresar aquello que se ha visto, requiere algo más. El mundo según Garp es, por supuesto, el resultado de una visión maravillosa en consonancia con John Irving. También hay un mundo en consonancia con Flannery O’Connor, y otro con William Faulkner, y otro con Ernest Hemingway. Hay mundos en consonancia con Cheever, Updike, Singer, Stanley Elkin, Ann Beattie, Cynthia Ozick, Donald Barthelme, Mary Robinson, William Kitredge, Barry Hannah, Ursula K. LeGuin... Cualquier gran escritor, o simplemente buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad.



Tal cosa es consustancial al estilo propio, aunque no se trate, únicamente, del estilo. Se trata, en suma, de la firma inimitable que pone en todas sus cosas el escritor. Este es su mundo y no otro. Esto es lo que diferencia a un escritor de otro. No se trata de talento. Hay mucho talento a nuestro alrededor. Pero un escritor que posea esa forma especial de contemplar las cosas, y que sepa dar una expresión artística a sus contemplaciones, tarda en encontrarse.
Decía Isak Dinesen que ella escribía un poco todos los días, sin esperanza y sin desesperación. Algún día escribiré ese lema en una ficha de tres por cinco, que pegaré en la pared, detrás de mi escritorio... Entonces tendré al menos es ficha escrita. “El esmero es la ÚNICA convicción moral del escritor”. Lo dijo Ezra Pound. No lo es todo aunque signifique cualquier cosa; pero si para el escritor tiene importancia esa “única convicción moral”, deberá rastrearla sin desmayo.
Tengo clavada en mi pared una ficha de tres por cinco, en la que escribí un lema tomado de un relato de Chejov:... Y súbitamente todo empezó a aclarársele. Sentí que esas palabras contenían la maravilla de lo posible. Amo su claridad, su sencillez; amo la muy alta revelación que hay en ellas. Palabras que también tienen su misterio. Porque, ¿qué era lo que antes permanecía en la oscuridad? ¿Qué es lo que comienza a aclararse? ¿Qué está pasando? Bien podría ser la consecuencia de un súbito despertar. Siento una gran sensación de alivio por haberme anticipado a ello.



Una vez escuché al escritor Geoffrey Wolff decir a un grupo de estudiantes: No a los juegos triviales. También eso pasó a una ficha de tres por cinco. Sólo que con una leve corrección: No jugar. Odio los juegos. Al primer signo de juego o de truco en una narración, sea trivial o elaborado, cierro el libro. Los juegos literarios se han convertido últimamente en una pesada carga, que yo, sin embargo, puedo estibar fácilmente sólo con no prestarles la atención que reclaman. Pero también una escritura minuciosa, puntillosa, o plúmbea, pueden echarme a dormir. El escritor no necesita de juegos ni de trucos para hacer sentir cosas a sus lectores. Aún a riesgo de parecer trivial, el escritor debe evitar el bostezo, el espanto de sus lectores.



Hace unos meses, en el New York Times Books Review, John Barth decía que, hace diez años, la gran mayoría de los estudiantes que participaban en sus seminarios de literatura estaban altamente interesados en la “innovación formal”, y eso, hasta no hace mucho, era objeto de atención. Se lamentaba Barth, en su artículo, porque en los ochenta han sido muchos los escritores entregados a la creación de novelas ligeras y hasta “pop”. Argüía que el experimentalismo debe hacerse siempre en los márgenes, en paralelo con las concepciones más libres. Por mi parte, debo confesar que me ataca un poco los nervios oír hablar de “innovaciones formales” en la narración. Muy a menudo, la “experimentación” no es más que un pretexto para la falta de imaginación, para la vacuidad absoluta. Muy a menudo no es más que una licencia que se toma el autor para alienar -y maltratar, incluso- a sus lectores. Esa escritura, con harta frecuencia, nos despoja de cualquier noticia acerca del mundo; se limita a describir una desierta tierra de nadie, en la que pululan lagartos sobre algunas dunas, pero en la que no hay gente; una tierra sin habitar por algún ser humano reconocible; un lugar que quizá sólo resulte interesante para un puñado de especializadísimos científicos.



Sí puede haber, no obstante, una experimentación literaria original que llene de regocijo a los lectores. Pero esa manera de ver las cosas -Barthelme, por ejemplo- no puede ser imitada luego por otro escritor. Eso no sería trabajar. Sólo hay un Barthelme, y un escritor cualquiera que tratase de apropiarse de su peculiar sensibilidad, de su mise en scene, bajo el pretexto de la innovación, no llegará sino al caos, a la dispersión y, lo que es peor, a la decepción de sí mismo. La experimentación de veras será algo nuevo, como pedía Pound, y deberá dar con sus propios hallazgos. Aunque si el escritor se desprende de su sensibilidad no hará otra cosa que transmitirnos noticias de su mundo.



Tanto en la poesía como en la narración breve, es posible hablar de lugares comunes y de cosas usadas comúnmente con un lenguaje claro, y dotar a esos objetos -una silla, la cortina de una ventana, un tenedor, una piedra, un pendiente de mujer- con los atributos de lo inmenso, con un poder renovado. Es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo que, sin embargo, provoque un escalofrío en la espina dorsal del lector, como bien lo demuestran las delicias debidas a Navokov. Esa es de entre los escritores, la clase que más me interesa. Odio, por el contrario, la escritura sucia o coyuntural que se disfraza con los hábitos de la experimentación o con la supuesta zafiedad que se atribuye a un supuesto realismo. En el maravilloso cuento de Isaak Babel, Guy de Maupassant, el narrador dice acerca de la escritura: Ningún hierro puede despedazar tan fuertemente el corazón como un punto puesto en el lugar que le corresponde. Eso también merece figurar en una ficha de tres por cinco.



En una ocasión decía Evan Connell que supo de la conclusión de uno de sus cuentos cuando se descubrió quitando las comas mientras leía lo escrito, y volviéndolas a poner después, en una nueva lectura, allá donde antes estuvieran. Me gusta ese procedimiento de trabajo, me merece un gran respeto tanto cuidado. Porque eso es lo que hacemos, a fin de cuentas. Hacemos palabra y deben ser palabras escogidas, puntuadas en donde corresponda, para que puedan significar lo que en verdad pretenden. Si las palabras están en fuerte maridaje con las emociones del escritor, o si son imprecisas e inútiles para la expresión de cualquier razonamiento -si las palabras resultan oscuras, enrevesadas- los ojos del lector deberán volver sobre ellas y nada habremos ganado. El propio sentido de lo artístico que tenga el autor no debe ser comprometido por nosotros. Henry James llamó “especificación endeble” a este tipo de desafortunada escritura.
Tengo amigos que me cuentan que deben acelerar la conclusión de uno de sus libros porque necesitan el dinero o porque sus editores, o sus esposas, les apremian a ello. “Lo haría mejor si tuviera más tiempo”, dicen. No sé qué decir cuando un amigo novelista me suelta algo parecido. Ese no es mi problema. Pero si el escritor no elabora su obra de acuerdo con sus posibilidades y deseos, ¿por qué ocurre tal cosa? Pues en definitiva sólo podemos llevarnos a la tumba la satisfacción de haber hecho lo mejor, de haber elaborado una obra que nos deje contentos. Me gustaría decir a mis amigos escritores cuál es la mejor manera de llegar a la cumbre. No debería ser tan difícil, y debe ser tanto o más honesto que encontrar un lugar querido para vivir. Un punto desde el que desarrollar tus habilidades, tus talentos, sin justificaciones ni excusas. Sin lamentaciones, sin necesidad de explicarse.



En un ensayo titulado "Escribir cuentos", Flannery O’Connor habla de la escritura como de un acto de descubrimiento. Dice O’Connor que ella, muy a menudo, no sabe a dónde va cuando se sienta a escribir una historia, un cuento... Dice que se ve asaltada por la duda de que los escritores sepan realmente a dónde van cuando inician la redacción de un texto. Habla ella de la “piadosa gente del pueblo”, para poner un ejemplo de cómo jamás sabe cuál será la conclusión de un cuento hasta que está próxima al final:
"Cuando comencé a escribir el cuento no sabía que Ph.D. acabaría con una pierna de madera. Una buena mañana me descubrí a mí misma haciendo la descripción de dos mujeres de las que sabía algo, y cuando acabé vi que le había dado a una de ellas una hija con una pierna de madera. Recordé al marino bíblico, pero no sabía qué hacer con él. No sabía que robaba una pierna de madera diez o doce líneas antes de que lo hiciera, pero en cuanto me topé con eso supe que era lo que tenía que pasar, que era inevitable."



Cuando leí esto hace unos cuantos años, me chocó el que alguien pudiera escribir de esa manera. Me pereció descorazonador, acaso un secreto, y creí que jamás sería capaz de hacer algo semejante. Aunque algo me decía que aquel era el camino ineludible para llegar al cuento. Me recuerdo leyendo una y otra vez el ejemplo de O’Connor.



Al fin tomé asiento y me puse a escribir una historia muy bonita, de la que su primera frase me dio la pauta a seguir. Durante días y más días, sin embargo, pensé mucho en esa frase: Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Sabía que la historia se encontraba allí, que de esas palabras brotaba su esencia. Sentí hasta los huesos que a partir de ese comienzo podría crecer, hacerse el cuento, si le dedicaba el tiempo necesario. Y encontré ese tiempo un buen día, a razón de doce o quince horas de trabajo. Después de la primera frase, de esa primera frase escrita una buena mañana, brotaron otras frases complementarias para complementarla.



Puedo decir que escribí el relato como si escribiera un poema: una línea; y otra debajo; y otra más. Maravillosamente pronto vi la historia y supe que era mía, la única por la que había esperado ponerme a escribir.



Me gusta hacerlo así cuando siento que una nueva historia me amenaza. Y siento que de esa propia amenaza puede surgir el texto. En ella se contiene la tensión, el sentimiento de que algo va a ocurrir, la certeza de que las cosas están como dormidas y prestas a despertar; e incluso la sensación de que no puede surgir de ello una historia. Pues esa tensión es parte fundamental de la historia, en tanto que las palabras convenientemente unidas pueden irla desvelando, cobrando forma en el cuento. Y también son importantes las cosas que dejamos fuera, pues aún desechándolas siguen implícitas en la narración, en ese espacio bruñido (y a veces fragmentario e inestable) que es sustrato de todas las cosas.



La definición que da V.S. Pritcher del cuento como “algo vislumbrado con el rabillo del ojo”, otorga a la mirada furtiva categoría de integrante del cuento. Primero es la mirada. Luego esa mirada ilumina un instante susceptible de ser narrado. Y de ahí se derivan las consecuencias y significados. Por ello deberá el cuentista sopesar detenidamente cada una de sus miradas y valores en su propio poder descriptivo. Así podrá aplicar su inteligencia, y su lenguaje literario (su talento), al propio sentido de la proporción, de la medida de las cosas: cómo son y cómo las ve el escritor; de qué manera diferente a las de los más las contempla. Ello precisa de un lenguaje claro y concreto; de un lenguaje para la descripción viva y en detalle que arroje la luz más necesaria al cuento que ofrecemos al lector. Esos detalles requieren, para concretarse y alcanzar un significado, un lenguaje preciso, el más preciso que pueda hallarse. Las palabras serán todo lo precisas que necesite un tono más llano, pues así podrán contener algo. Lo cual significa que, usadas correctamente, pueden hacer sonar todas las notas, manifestar todos los registros.

Diez mandamientos sobre el arte de escribir


Friedrich Nietzsche esta suerte de mandamientos sobre el estilo desde su experiencia personal y como consejo a sus colegas y amigos. El texto es retomado continuamente en cursos y talleres y, ha sido publicado en distintas páginas de internet y blogs. Espero que les guste!


El estilo debe ser apropiado a tu persona, en función de una persona determinada a la que quieres comunicar tu pensamiento. Antes de tomar la pluma, hay que saber exactamente cómo se expresaría de viva voz lo que se tiene que decir. Escribir debe ser sólo una imitación.

El escritor está lejos de poseer todos los medios del orador. Debe, pues, inspirarse en una forma de discurso muy expresiva. Su reflejo escrito parecerá de todos modos mucho más apagado que su modelo.

La riqueza de la vida se traduce por la riqueza de los gestos. Hay que aprender a considerar todo como un gesto: la longitud y la cesura de las frases, la puntuación, las respiraciones. También la elección de las palabras, y la sucesión de los argumentos.

Cuidado con el período. Sólo tienen derecho a él aquellos que tienen la respiración muy larga hablando. Para la mayor parte, el período es tan sólo una afectación.

El estilo debe mostrar que uno cree en sus pensamientos, no sólo que los piensa, sino que los siente.

Cuanto más abstracta es la verdad que se quiere enseñar, más importante es hacer converger hacia ella todos los sentidos del lector.

El tacto del buen prosista en la elección de sus medios consiste en aproximarse a la poesía hasta rozarla, pero sin franquear jamás el límite que la separa.

No es sensato ni hábil privar al lector de sus refutaciones más fáciles; es muy sensato y muy hábil, por el contrario, dejarle el cuidado de formular él mismo la última palabra de nuestra sabiduría.

Bienvenidos!

Para darles la bienvenida a este blog que acabo de crear, decidí publicar poemas de las escritoras Patricia Suárez y María Teresa Andruetto.


Patricia Suárez nació en Rosario, Argentina, en 1969. En 1994 publicó su primer cuento El señor y la señora Schwarz en la celebrada revista V de Vian, dirigida por Sergio Olguín. Fue alumna de la escritora Hebe Uhart. Recibió numerosos premios como el de Cuento del Fondo Nacional de las Artes, el Premio Musto de Rosario, el Clarín de Novela, el Premio Revista Ñ al mejor cuento, y otros más. Suárez se desempeñó en distintos medios periodísticos como los diarios La Capital'y Rosario 12 de Rosario, La Prensa de Buenos Aires y El País de Montevideo. En 1997, recibió el Premio Monte Avila dentro del Concurso Juan Rulfo por el cuento para niños Historia de Pollito Belleza. Hacia 1999, se interesó en la dramaturgia y tomó clases durante tres años con el maestro Mauricio Kartún. Escribió alrededor de treinta obras.

en una entrevista jean rhys decía algo así:
lo que se puede escribir deja
un resto de melancolía pero nada más,
en cambio, la tristeza no escrita
la abisma a una en la desdicha;
tenía una libreta en la que anotaba
todos sus malos momentos;el acto de escribir los desvanecía en el olvido.

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Poema editado en el libro Late (Alción, 2003)

De pronto las palabras que estaban en el aire
a punto de desvanecerse se solidificaron
y se guarecieron en las regiones;
hablaban, entonces, las manos;
los muros protegen y los muros limitan:
corresponde a la naturaleza de los muros
su propia caída;
como si hubiéramos sido sordos
o como si hubiéramos sido mudos, los dos.
Estábamos por demás de comunicativos,
no nosotros propiamente, sino el cuerpo:
“Entre gitanos”, dijiste, “no vamos a andar
adivinándonos la suerte”.
En la habitación de al lado alguien cantaba;
no comprendíamos sus palabras:
tal vez fuera algún idioma extranjero;
en nuestra habitación bailaban las sombras,
y cuando las sombras cesaron
pensamos en el instante que vendría luego,
que caería sobre nosotros –un arpón
y un ancla- y yo me pregunté:
¿el próximo instante es el desconocido?,
¿el próximo instante está hecho por mí?
¿o lo hace él? ¿o se hace solo?
Me pareció que pronunciaba
estas palabras en voz alta,
tu piel tan blanca y un lunar negro brillaba
sobre ella como una pupila. Uno de los dos
tendría que levantarse, hablar, fumar,
abrir las cortinas. Pero no queríamos descorrer
las cortinas: detrás de ellas los espectros,
fantasmones, nos acechaban; uno de los dos
pronunció la palabra matrimonio: creíamos
en la conveniencia de complicarnos. La ventana daba
a un patio interno grisáceo y casi miserable,
los sostenes de la mujer de la 415 colgaban;
de otra manera hubiéramos visto el mar.
¿Cómo se llamaba esa playa? Amanecía
y luchábamos:
queríamos tener los ojos sin sueño,
pero no podíamos, no podíamos,¿quién es acaso el que puede?

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María Teresa Andruetto nació el 26 de enero de 1954, en Arroyo Cabral, provincia de Córdoba. Publicó los libros de poemas, "Sueño Americano", "Palabras al rescoldo", "Pavese y otros poemas", "Kodak" y "Beatriz". Es autora también de las novelas "Tama" y "La mujer en cuestión" y el libro de cuentos "Todo movimiento es cacería". Como autora de literatura infanto juvenil publicó numerosos títulos, entre los que figuran "El anillo encantado", "Huellas en la arena", "Stefano" y "¡Dale campeón!". Entre otras distinciones, ha recibido el Primer Premio Novela Luis José de Tejeda, el White Ravens de la Internationale Jugendbibliothek (Alemania) y el Premio Banco del Libro (Caracas).



Poema editado en el libro Sueño Americano (Caballo Negro, 2009)

Non fiction

La luz de una estrella tardo veinte años
en atravesar el espacio, antes
de estamparse en la placa de Daguerre.

Así y todo, nos ha permitido ver asuntos
más remotos que las estrellas.

Capas infinitas envueltas en películas,
exposición que magnifica detalles hasta que,
liberados de cualquier confinamiento,
reducimos la distancia entre mirar y dejar
que una mano nos toque.

Se trata de un cambio en la experiencia.
Mapas detallados de lo real, para apresar
una verdad, en la que un resto de magia
permanezca.